Cantando voy

Bienvenidos a Cantando Voy

Mi nombre es Natacha, soy cantante y profesora de canto, o "vocal coach", que vendría siendo lo mismo pero más cool.
Nací en Buenos Aires el 2 de marzo de 1978. A los seis meses empecé a cantar y a los diecisiete años tomé mis primeras clases de canto lírico. Como soy curiosa y un poco inconformista, tuve muchos maestros, cada uno con sus técnicas diferentes. Hace más de diez años comencé a navegar en las aguas de la Educación Funcional de la Voz, o Método Rabine, primero de la mano de Elisa Viladesau y, desde hace unos años, conducida amorosamente por mi maestro federico Gurisatti (ambos Certified Rabine Teacher)
Cantar me hace tan feliz que me resulta difícil de explicar. También me apasiona la técnica; saber cómo está construido el aparato fonador, ese instrumento por momentos invisible y poder aplicar ese conocimiento en las clases.
Mi trabajo consiste en cantar y en dar clases: a futuros locutores y productores en el ISER; de canto y técnica vocal en mi estudio. También soy preparadora vocal en el coro de la Universidad Nacional de Quilmes.
Me gusta hacer collage, escribir, revolver cajas con recuerdos, ver cine independiente y tener largas charlas con mis amigos.
¡Espero que disfruten el blog y que, al leerlo, les vengan muchas ganas de cantar!

domingo, 7 de febrero de 2010

llegaron más apuntes!

Hola! Aquí va la segunda (y demorada) entrega de los apuntes sobre aparato fonador. Espero que resulte, de alguna manera, esclarecedor. Agradezco comentarios y sugerencias! A los lectores incautos, recomiendo ir a la entrada más vieja y leer primero la primera parte.

Movete, chiquita, movete o el Acto Motor Voluntario

Andar en bicicleta, poner el agua para el mate y cantar tienen algo en común: los tres son actos motores voluntarios (AMV, de ahora en más). Motores porque implican movimientos, y voluntarios porque no son hechos de manera refleja, sino que son promovidos por nuestra conciencia y nuestra voluntad.

Sí, cantar es una sumatoria de numerosos movimientos (acciones físicas) que involucran una gran cantidad de músculos con un alto nivel de coordinación. Diría Renata Parusell[1] que, si tenemos en cuenta la gran cantidad de mecanismos que se ponen en marcha con la fonación, pareciera que cantar un aria de ópera es un verdadero milagro. Y sí… parece que, de a ratitos, los seres humanos nos damos el lujo de nuestros pequeños milagros.

Ahora bien, para todos los que practicamos actividades físicas que requieren de gran coordinación (porque, en su parte más “exterior” –si se me permite el término- cantar es eso), resulta sumamente interesante entender un poco cómo es que se dan los movimientos en el cuerpo; cómo es que nuestros músculos son capaces de “entender” una acción determinada, por qué sucede tan a menudo que hay músculos que no responden a su función y otros que lo hacen en su lugar entorpeciendo así la acción específica que nos proponemos llevar a cabo… todos estos interrogantes (y seguramente miles más) se nos presentan a cantantes, docentes y alumnos cada vez que, bajo la ducha o en el escenario, tomamos aire e intentamos: O sole miiiioooooooo…

En el principio fue el nervio

Si vamos a considerar que cantar es una sumatoria de acciones físicas promovidas por nuestra conciencia, no tenemos otra alternativa que hablar sobre el jefe en cuestión: el cerebro.

En efecto, el funcionamiento de esta caja negra que llevamos sobre los hombros viene fascinando a los científicos desde hace ya un tiempo (digamos que en 1906 ya estaba el Dr. Ramón y Cajal recibiendo el premio Nobel de medicina por sus trabajos en esta área). A partir de allí, han pasado muchas cosas, muchos descubrimientos y contra-descubrimientos; peleas y reconciliaciones. Inclusive hay quienes buscan -y creen encontrar- en el cerebro eso que los creyentes románticos llaman “alma” y los científicos románticos “consciencia” (su romanticismo pasa por ahí, que se le va a hacer)[2]

Actualmente se sabe más sobre el funcionamiento del cerebro, aunque lo que más se ha aprendido es que no se sabe demasiado… o, dicho en términos más esperanzadores, que aun falta un gran camino por recorrer.

“El cerebro es el órgano que mueve los músculos”, dice sabiamente el Dr. Carlson.[3] Y, aunque en seguida se ataja y especifica un poco su sentencia, en última instancia es eso justamente lo que necesitamos saber: que todo AMV tiene su origen en el cerebro, específicamente en su zona más exterior llamada corteza o córtex, y que es llevado a cabo por neuronas motoras.[4]

Podría decirse, de un modo simplista y muy general, que en el cerebro se encuentran representadas todas las partes de nuestro cuerpo. De hecho, existen unos dibujitos bastante simpáticos y, aunque no extremadamente rigurosos, bastante elocuentes, llamados respectivamente homúnculo sensitivo y homúnculo motor. Estos pequeños hombrecitos (eso son y de allí su nombre) tienen el objetivo de representar gráficamente la relación existente entre las diversas partes de nuestra anatomía y la corteza cerebral, tanto en términos de sensibilidad como de posibilidades motrices. Así, el Homúnculo Sensitivo es un hombrecillo con grandes manos, grandes labios, respetables genitales, gran lengua, etc. El Homúnculo Motor, a su vez, tendrá muy bien definidas sus manos, sus piernas, su lengua (piensen en la gran cantidad de movimientos que realiza su abnegada lengua sin ser vista, en un completo anonimato bucal) y también su laringe (dato muy interesante para un cantante) ya que estas son partes capaces de realizar movimientos muy diferenciados. Cuanto más fino sea el movimiento realizado, más superficie de córtex habrá para esa parte (las manos, como es de suponer, abarcan una gran superficie, lo que convierte al Homúnculo en un ser de manos gigantes en relación, por ejemplo, a los muslos, que realizan movimientos más toscos)

Si los ven por la calle quizás se sientan tentados de cruzar de vereda, pero ellos sólo quieren bailar y sentir. Aquí los presentamos:


[1] Docente argentina radicada en Alemania; trabaja conjuntamente con Eugene Rabine en el Método de Educación Funcional de la Voz y es la principal difusora de este método en la Argentina.

[2] Entre los más notables buscadores de alma en el cerebro podemos citar a Francis Crick, premio Nobel de medicina y autor del libro La búsqueda científica del alma.

[3] Neil Carlson: Fundamentos de Psicología Fisiológica. Ed. Prentice Hall, 1997.

[4] El cerebro, como todo órgano, está compuesto por células específicas. Las más conocidas de entre las células cerebrales son las famosas neuronas (también hay otras clases, llamadas genéricamente glía, pero parece que no son tan populares). Existen dos tipos de neuronas: las que reciben información del medio ambiente y que se llaman neuronas sensoriales, y las responsables de los movimientos musculares (neuronas motoras)



En vista de lo anterior, podemos decir que es imposible enviar una orden motora a un lugar que no existe virtualmente en nuestro cerebro. Este fenómeno se conoce como representación cerebral. Parece que los pianistas tienen, en su configuración cerebral, los dedos mucho más separados e independizados entre sí. Se han hecho muchos experimentos al respecto y todo parece indicar que, para llevar a cabo una acción motora, es indispensable que el cerebro encuentre la “dirección” a la cual debe enviar el “telegrama” (telegrama = tipo de movimiento; dirección = parte del cuerpo que se quiere mover). Cuando comenzamos a trabajar el canto de un modo consciente, nos encontramos con que es necesario realizar acciones que nunca habíamos realizado y, sobre todo, con partes de nuestro cuerpo de las que ni siquiera sospechábamos ser dueños. Veamos el siguiente ejemplo:

Profesor: respirá hondo y decime qué pasa con el esternón.

Alumno: ¿¿tengo esternón??

Profesor: Sí, claro… es ese hueso largo de acá (señala el pecho)

Alumno (inspirando hondo): ¡andaaá!... ¡qué voy a tener esternón!

Profesor (le toca el esternón): ¿ahora tenés?

Alumno: Sí, ahora sí.

Profesor: Bueno, entonces volvé a inspirar y decime qué hace el esternón.

Alumno (con cara de reconcentrado, hace fuerza, inspira hondo): Pero… ¡cuando inspiro NO tengo esternón!

Esta escena es muy común en una clase de canto cuando se utilizan métodos que involucran la percepción como herramientas para el aprendizaje. Parece cómica, pero para la persona que intenta hacer un movimiento y no lo consigue es bastante penosa. La pregunta que se harán es: ¿por qué no puede hacer algo aparentemente tan sencillo como mover el esternón? Es simple: no está la primera fase del AMV: la representación cerebral del esternón; o sí lo está (de hecho, cuando el profesor le palpa el esternón, el alumno lo reconoce), pero de un modo demasiado difuso como para discernir coordenadas de tipo hacia arriba, hacia abajo, hacia adentro, hacia fuera (podríamos decir que nuestro homúnculo motor tiene un esternón bastante pequeño.) Quizás inclusive el esternón se mueva, pero la persona no tiene las herramientas para darse cuenta de qué es lo que está sucediendo. Después de todo, no es que uno ande por la vida moviendo el esternón como quien mueve las manos.

La buena noticia es que, como el cerebro es un órgano muy plástico, la ejercitación consciente hace que estas representaciones comiencen a aparecer; esto hace posible tener percepciones cada vez más claras y definidas respecto de nuestros huesos y músculos y, a su vez, poder ejecutar movimientos más sutiles y específicos.

Bien, ahora que tenemos bien definido el esternón[1] en el cerebro, viene la segunda fase del AMV: aquello que llamamos praxias. Usualmente se define a las praxias como "trenes de órdenes". Son movimientos que vienen “preseteados” (disculpe el lector el neologismo); la prensión, la succión, el sacar y entrar la lengua son ejemplos clásicos de praxias. Las praxias son un diseño de sistemas de movimientos coordinados en función de una intención. Es decir que para hacer un movimiento más o menos complejo (ej. Alcanzar un vaso que está a unos centímetros de mí), me voy a servir de algunos movimientos más simples que el cerebro ya tiene almacenados (ej. prensión para tomar el vaso).

Bien, una vez que sabemos qué parte se va a poner en movimiento y de qué manera lo hará, se envía un impulso motor que va desde las neuronas motoras (¿se acuerdan?) hasta los músculos correspondientes (recordemos que todo movimiento es hecho a través de músculos). Allí, se produce el movimiento propiamente, eso que, en la mayoría de los casos, podemos constatar con nuestra vista, cosa difícil en las fases anteriores. Y, por último, tenemos el ajuste motor. Allí intervienen nuevamente las neuronas sensoriales, que nos indican si el movimiento que se está realizando se ajusta a lo previsto o debe ser corregido; en caso de que el estado actual no se corresponda con el estado deseado, se realiza un ajuste, es decir que se envía nueva información a las neuronas motoras, y así hasta que el movimiento cumple con las expectativas de nuestro exigente cerebro.


[1] Ojo: esto del esternón es sólo un ejemplo. Las representaciones cerebrale